A raíz de un proyecto realizado por los alumnos del itinerario científico de 4º ESO, ha surgido la idea de dar a conocer los resultados de dicha investigación al resto del centro.
El proyecto giraba en torno a todo el tema referente a las bacterias y antibióticos, la resistencia a antibióticos de ciertas bacterias, el descubrimiento del primer antibiótico, cuándo es adecuado tomar antibióticos y otros temas derivados de estos.
Los antibióticos son sustancias químicas producidas por ciertos hongos que destruyen microorganismos, especialmente las bacterias, que a su vez son organismos microscópicos unicelulares, que carecen de núcleo, y que se multiplican por división celular.
En nuestro cuerpo hay 39 billones de bacterias, lo que supone entre uno y dos kilos de nuestra masa, aunque algunas de estas tienen efectos en nuestro cuerpo que pueden afectar significativamente a nuestro peso. Las bacterias pueden ejercer funciones muy diferentes: algunas ayudan a digerir la comida, otras a destruir las células causantes de enfermedades, otras a suministrar vitaminas al cuerpo… Pero también hay bacterias infecciosas, que se reproducen con rapidez y pueden provocar enfermedades.
El responsable del descubrimiento del primer antibiótico (la penicilina) fue el científico Alexander Fleming. Durante la segunda guerra mundial, hubo muchísimas muertes debidas a una infección llamada gangrena gaseosa, que se daba cuando los microbios penetraban por una herida, por pequeña que fuese, causando que el órgano afectado se pudriese rápidamente. Para tratar esta infección se utilizaba una sustancia llamada fenol, cuyo objetivo era acabar con los microbios, pero Alexander Fleming descubrió que no solo acababa con los microbios, sino que también mataba a los glóbulos blancos, lo que hacía que los enfermos empeorasen.

Fuente: Cope

Tras realizar este descubrimiento, y tras el fin de la guerra en 1918, Fleming se centró en investigar para encontrar un medicamento que acabase con los microbios sin destruir a los glóbulos blancos. Trabajaba en un laboratorio mal acondicionado y muy pequeño, cultivando microbios. Hay distintas versiones de lo que sucedió a partir de este punto (aunque la más aceptada es que Fleming estornudó sobre el cultivo) pero en lo que todas coinciden es en que fue un claro ejemplo de serendipia (la acción de descubrir algo por casualidad). Alexander Fleming comprobó que dentro de las mucosas y de las lágrimas existía una sustancia que destruía los microbios, a la que denominó lisozima. Este fue un gran avance en su investigación, pero esta sustancia seguía sin ser suficiente para curar las enfermedades. Fleming vio que en uno de los cultivos se había formado moho azul, y tras observarlo a través del microscopio, vio que reunía todas las características de lo que él estaba buscando, ya que la colonia de microbios había desaparecido alrededor del moho. Fleming probó a inyectar el moho azul en roedores, con éxito. El nombre de esa especie de moho azul era penicillium notatum, por lo que Alexander bautizó la sustancia que mataba a las bacterias como penicilina. Esta sustancia tenía dos características: detenía el crecimiento de las bacterias, y las mataba.
No debe hacerse uso de los antibióticos si no se cuenta con prescripción médica, lo que será en las ocasiones en las que la dolencia vaya provocada por bacterias que puedan combatirse con estos medicamentos. Cuando alguien toma un antibiótico sin prescripción, puede provocar cambios en las bacterias que las hace inmunes a los medicamentos, lo que puede causar que los medicamentos utilizados para tratar infecciones dejen de ser eficaces. Esto se denomina resistencia a los antibióticos, y es la capacidad de un microorganismo para resistir los efectos de un antibiótico. Se produce naturalmente a través de mutaciones en la propia bacteria. Sucede cuando uno de estos medicamentos pierde su capacidad para inhibir el crecimiento bacteriano de forma eficaz, es decir, cuando las bacterias son capaces de seguir multiplicándose a pesar de la aplicación de antibióticos en el paciente. Hoy en día es una de las mayores amenazas para la salud mundial, ya que, si los antibióticos dejasen de surtir efecto, nos veríamos expuestos a las mismas enfermedades que amenazaban a la población mundial antes del descubrimiento de estos. A pesar de que la resistencia a los antibióticos se produce naturalmente, es el uso indebido de ellos en el ser humano lo que está acelerando el proceso.
La resistencia a antibióticos está aumentando rápidamente en todo el mundo, causando que nuestra capacidad para tratar las enfermedades infecciosas comunes peligre. Infecciones como la neumonía, tuberculosis, septicemia o enfermedades de transmisión alimentaria son cada vez más difíciles de controlar, debido a la pérdida de eficacia de los antibióticos. Con el tiempo y por selección natural, las bacterias resistentes van proliferando, dando lugar a poblaciones enteras de bacterias resistentes. En bacterias como el staphylococcus aureus, que causa infecciones muy diversas, desde infecciones epiteliales hasta neumonías, ya se han observado cepas resistentes a hasta tres antibióticos distintos. Gracias a la investigación del efecto de los antibióticos en estas cepas, se ha descubierto que el uso de un antibiótico puede no solo dar resistencia a sí mismo, sino también a antibióticos con una estructura parecida.
Durante muchos años hemos podido beneficiarnos de la eficacia y la seguridad de este tipo de medicamentos, pero en vez de contentarnos con utilizar los antibióticos con prescripción médica y cuando resultan necesarios para el tratamiento de alguna infección, hemos normalizado el consumo libre de los mismos, y ahora estamos empezando a sufrir las consecuencias con el desarrollo de la resistencia en bacterias.
Aunque estoy sea algo que ocurre naturalmente, debido a mutaciones que se producen al azar, las personas no hacemos más que acelerar el proceso, y si se crease una conciencia a nivel global de la gravedad del problema, probablemente podría ayudar a ralentizarlo.
Para ralentizar este proceso y no acabar expuestos a ciertas infecciones, deberían destinarse más recursos a la investigación de nuevos antibióticos y medicamentos que puedan reemplazar a los actuales y que tengan mayor eficacia, ya que, teniendo en cuenta que se tarda entre 10 y 13 años en desarrollar un nuevo fármaco de este tipo, para cuando empiecen a destinarse fondos y a dársele visibilidad e importancia a este problema, quizá sea demasiado tarde.
                                                                                                                                                        Autora: Ángela Sánchez Francés